martes, 29 de junio de 2010

Recuerdos...

En los últimos meses, no es que haya empezado una cruzada en busca del tiempo perdido, pero debido a diversas circunstancias éste parece como que haya venido a mi encuentro.
Por un lado y gracias a las redes sociales, una de mis amigas de la infancia se ha puesto en contacto conmigo y he sabido de muchas otras. Me han puesto al día sobre sus familias, sus vidas y también he sabido de algunas ausencias.
También y por el mismo sistema me he puesto en contacto con un compañero de la facultad, y a través del correo hemos cruzado recuerdos, anécdotas y puesta al día sobre las vicisitudes de otros compañeros...
He realizado visitas a familiares que hacia muchos años que no veía y con los que apenas mantenía contacto, y ésto no solo debido a la distancia, si no también a la pereza; y lo he hecho visitándolos en la casa de mis abuelos en Hontoria de Valdearados, pueblo en el que desde los nueve años todos los veranos transcurrían la mitad de mis vacaciones escolares...
Es curioso como actúa la memoria. La psicología nos dice que nuestros recuerdos resultan muy poco fiables, pero descubrirlo por nosotros mismos es cuanto menos toda una aventura.
Una de las cosas más agradables ha sido encontrar en los rostros de familiares y amigos, a los niños y adolescentes que conocí.
Una de mis amigas de la infancia me comentaba, si recordaba el día que nos peleamos y ella me rompió un libro que me acababan de regalar. La verdad es que no lo recuerdo. Pero son otros muchos los recuerdos que tengo de ella. Hay uno en especial que no me ha abandonado. A veces si su padre iba a llegar tarde, dormía en su casa y si estábamos solas, jugábamos a identificar ruidos cuando estábamos acostadas. Se trataba de adivinar que había producido el ruido que acabábamos de oír, si no estábamos de acuerdo, nos levantábamos si era necesario e investigábamos hasta identificarlo. En poco tiempo nos convertimos en todas unas expertas. Era uno de mis juegos favoritos y nos hacia sentirnos muy valientes.
Pasamos de la infancia a la pubertad juntas y, querida Toñi, se que nunca podré olvidarte.
Como tampoco podré olvidar a mi prima favorita, Cleo, que fue la que me descubrió

  • que existían los arroyos, donde además de refrescarte, se pescaban unos sabrosísimos cangrejos que luego nos cocinaba mi tía y que nos servían de desayuno junto con los torreznos, el lomo en aceite y aquellas maravillosas magdalenas, que nunca encontrabas en las tiendas madrileñas.
  • Que existían cuevas donde se guardaba el vino y que se podían explorar iluminándote con una pequeña lámpara de aceite.
  • Que subirse a los árboles propios y extraños a comer la fruta era una de las cosas más maravillosas que podían hacerse, así como saltar y tirarse entre la paja, aunque luego tuvieras enseguida que lavarte para quitarte los picores...
El corral, la casa, todo ha cambiado. Yo los recordaba más grandes, el desván inmenso, cuando realmente no lo eran. Las grandes puertas que traspasabas, resulta que ahora apenas si son de tu altura y las nuevas generaciones tienen incluso que agacharse para cruzarlas...
Es ley de vida, nos hicimos grandes.