Comprando unos dulces en una pastelería del barrio, para llevárselos a nuestras no menos dulces anfitrionas, el pastelero, al reconocernos como guiris españoles, nos preguntó qué nos parecía su ciudad –evidentemente orgulloso de ella-.
Como a estas edades ya uno puede permitirse el lujo de ser sincero a todas horas, le dije que estaba sucia, que las casas estaban desastradas, que la contaminación era de concurso, que el tráfico era la estructuración del caos… pero que me encantaba.
Si –respondió- es mágica.
Y es cierto. Entre todo su desorden, en cualquier rincón encuentras belleza, luz, calor, vida… y sobretodo una gente especial -dicen que surgida de la mezcla con lo español durante la época en que nuestros reyes gobernaron por aquellos parajes. Te sientes bien allí.
Si vas en coche al principio te asustas un poco… pero se te pasa enseguida. No existen las normas de circulación, -por lo menos las oficiales- da la sensación de caos, pues cada uno hace lo que le da la gana sin preocuparse de los demás coches, aparentemente, pero no es cierto.
Simplemente siguen otras normas… sin enfadarse en ningún momento. El peatón puede cruzar por cualquier sitio, es el que manda, y nadie se enfada. A cambio las motos te pasan rozando en todas las direcciones posibles, te adelantan por cualquier lado. Los semáforos, stops y cedas el paso… como si no existieran, pero se ponen de acuerdo y pasan. En ningún momento tocan el claxon o gritan y se exasperan. No.
Y aparcar… donde encuentres sitio -aceras incluidas- y te quepa el coche. En los barrios antiguos el pavimento de adoquín es infame, las calles inimaginablemente estrechas –girar en algunas esquinas te cuesta dejar la pintura en la pared-. Y aun así, te encuentras tan a gusto (aunque te planteas que el autobús o el taxi empiezan a ser mejor opción).
Los napolitanos son una gente cálida como su clima. Si preguntas por una dirección, prácticamente te llevan; y entablar conversación en cualquier sitio es sencillo.
Y estás rodeado de maravillas.
Aquí hemos descubierto pintores que ni sabíamos que existían –analfabétos dirá Paco- y que nos gustan muchísimo.
Hemos disfrutado con sus magnificas esculturas, en el Museo Arqueológico y en el de Capodimonte.
Hemos paseado por Pompeya y por Capri, vigilados constantemente por el Vesubio.
Y nos hemos emocionado con la capilla de San Severo y la imagen de un Cristo Velado que verdaderamente te impresiona por su sensibilidad y belleza…
Me gusta mucho Nápoles.
Vamos, que ya podemos volver a casa…